Una imagen dice más que mil palabras |
Un nuevo año ha llegado y con él, nuevas situaciones que nos ponen a pensar sobre nuestro quehacer como sociedad.
Desgraciadamente a dos semanas de haber iniciado, los percances que nos aquejan como mujeres no se hicieron esperar: asesinatos, violaciones, crímenes de guerra, feminicidios y carpetas de investigación que siguen sin ser atendidas como debieran.
Los días pasan y el miedo a salir a la calle en una ciudad como La Paz (o en cualquier otra), continúa.
No hay peor momento del día que saber que aunque estés en la banqueta de tu casa, puede ocurrir cualquier cosa. Salir al trabajo se vuelve una pesadilla: acoso en la parada de camión, violencia laboral, explotación económica y violencia en general son el pan de cada día de las mujeres que luchan contra un sistema que se ha pensado para hacer de nosotras un ser humano de segunda categoría (u objeto, pregúntele a cualquier marchirulo)
Un sistema patriarcal y paternalista que finge preocuparse por nosotras mientras los índices de violencia suben sin control.
¿Pero qué es lo que les enoja tanto a los hombres que violentan a las mujeres? ¿Por qué debemos nosotras cargar el miedo a cuestas día y noche?
Las preguntas siempre han apuntado a una idea machista: Las mujeres liberales son las culpables. El feminismo es el culpable. Las ideas de sus filósofas son las culpables. siempre, las mujeres tenemos la culpa, las mujeres, según su lógica somos quienes fomentamos el machismo, pues se nos ha encargado de maternar y criar sin parar. Pero ¿es esto cierto?
Nadie se para un momento en cuestionar por qué el sistema funciona como funciona ni por qué en ningún país hay el mismo número de hombres políticos que mujeres, tomando las decisiones o por qué los lugares en los puestos más importantes se les siguen cediendo a los hombres, sin tomar en cuenta si están o no preparados para cumplir con el encargo.
El sistema se basa pues en ideas naturalistas y poco éticas para seguir sustentando un sistema insostenible y perverso.
Utilizan y amañan ideas supuestamente evolutivas y nos ponen donde más les conviene: mujeres incubadoras, mujeres cuidadoras, objetos de deseo o como dice Lagarde “ser-para-otros.”
Nuestra individualidad como mujeres escapa a la imaginación, ni siquiera nuestras ancestras pensaban en sí mismas antes que en toda la familia, lo cual ha llevado a que miles de mujeres regalen su trabajo, con tal de ser parte de un sistema que solo las utiliza y que cuando pasan de la edad fértil las abandona como lo hacen como las viudas y las mujeres ancianas.
¿No estamos viviendo, acaso, en el mismo planeta que el otro porcentaje de población?
Somos seres pensantes con ideas, necesidades y virtudes que merecemos representación verdadera y justa.
El sistema se afana por hacernos creer que nos hacen un favor, que con el hecho de mencionar el género masculino en todos los discursos ya están propiciando la igualdad.
La realidad es más siniestra: vivimos en un sistema que pretende hacernos creer que no podemos realizar ciertas actividades sólo porque somos seres menstruantes, objetivizados sexualemente, seres que solo se preocupan por su apariencia; siendo que dicho sistema es el que nos obliga desde la infancia a que suceda así. Siempre haciéndonos sentir bien con la frase “Detrás de un buen hombre hay una buena mujer” o “ya sabes hacer arroz, ya te puedes casar como si fuera un premio.
Siglos de hacernos sentir culpables por intentar deshacernos de los estigmas sociales y las cargas negativas, mientras nos abrimos paso en la banqueta desde donde recibimos violencias insultos y abusos; la violencia normalizada sin parar, recordándonos que nunca estamos a salvo.
¿Por qué es tan difícil para los hombres entender que estamos más que preparadas? que nuestro devenir en la vida, es ser algo más que la otredad que les hace sentir incómodos y amenazados y que por ello; se toman el derecho de eliminarnos de la faz de la tierra.
Nadie está a salvo, lo veo cada día mientras escucho a mis amigas y conocidas sufrir las consecuencias de vivir bajo el yugo del patriarcado: ideas suicidas, aceptación masculina, la insufrible idea de querer poner en riesgo su vida por mantener la figura perfecta, según los absurdos estándares de belleza, todo para estar más años “en el mercado”.
Con salarios cada vez más oprobiosos, siempre dejándonos fuera del margen mercantil para no poder competir. Y en general, siempre divididas por la educación que nos han dado toda la vida, que atentan severamente contra nuestra sororidad.
Y si ya que tocamos el tema de los salarios, ¿alguna vez se han puesto a pensar lo absurdo que es tener un salario como el de ahora y que además tengamos que pagar el triple en productos de cuidado personal, ropa y demás accesorios que nos permitan ser maniquíes de aparador esperando al mejor postor? Si hiciéramos una balanza entre lo que se pide que usen los hombres y las mujeres para “estar presentables” el salario no alcanza.
Y no solo eso, quienes han dejado de lado esas ideas de feminidad son criticadas severamente no sólo por sus amigos y allegados, sino en el trabajo, donde cuchichean con más fuerza. Y que nos lleva a competir por un puesto basándonos en lo que proyectamos más que en lo que sabemos. Y lo peor, si una mujer asciende automáticamente se cuestiona su capacidad o la forma en que llegó ahí.
Pero esto no es una casualidad, recientemente en una círcula de lectura con mujeres de armas tomar, alguien mencionó que desde pequeñas se nos dan juguetes y objetos que nos obligan a ocupar el mínimo espacio y a trabajar solas, siendo cuidadoras de muñecos en formas de bebés, objetos relacionados con la casa y los deberes de “la buena mujer” mientras que los chicos ocupan todo el espacio en la cancha en las escuelas y trabajan en equipo creando estrategias, o son mayormente atraídos por juegos de lógica y agilidad mental.
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