No se nace radfem, se deviene el serlo



No se nace radfem, se deviene el serlo.

La primera vez que me llamaron con ese acrónimo que tan de moda está para insultar feministas, ni siquiera sabía qué significaba el término. Como muchos otros que ahora abundan en las redes y que se vuelven cotidianos en la lengua, yo siempre tardo en cacharlos. En ese momento tenía una charla con una persona no binaria acerca del feminismo y, aunque estaba más cerca de lo liberal que de lo radical (puesto que como muchas mujeres inicié siendo la versión más light de mi persona antes de entrar de lleno a la radicalidad), ya tenía claros muchos conceptos, gracias a mi formación, como lo es la diferencia entre sexo, género, rol de género y expresión de género.

En esa charla tocamos un tema que entonces estaba en discusión, que eran los uniformes escolares de los niños. Yo comenté que era bastante positivo que se les diera oportunidad a las niñas para usar pantalón y no falda, dado que, desde siempre, me he sentido incómoda con los vestidos. Le comentaba también a esta persona cómo la ropa oprime, pues las mujeres crecemos escuchando que tenemos que vernos lindas y femeninas, y se nos pide usar falda o vestido cuando es bastante incómodo no poder jugar con la misma libertad que los niños; además de que tenemos que preocuparnos de que nadie vea debajo de nuestra ropa y, en general, nos limita bastante al momento de crecer. Me pregunté, entonces, qué implicaciones había tenido esta educación en mi forma de ver la feminidad, esa que muchos años negué queriendo ser esa chica especial que “no es femenina” y que niega todo aquello que está relacionado al género: el rosa, la ropa, las muñecas… 

Como toda feminista, yo no estaba cómoda con mi género.

Entonces, yo no entendía del todo cómo todas esas características de “género” eran solo imposiciones, pero conforme fui creciendo me di cuenta que no son representantes de la feminidad tanto como una forma en la cual el sistema nos oprime para que no lleguemos a ser incómodas.

Cuando terminé con mi exposición, esta persona me dijo: “Es que no eres mujer, eres hombre”. En aquel momento me chocó mucho su aseveración y le recordé que el feminismo es quien nos ilustra de cómo el ser mujer no tiene nada que ver con nuestra ropa o gustos. Yo puedo ser, perfectamente, una mujer que no le guste usar falda o vestido, que no quiere depilarse, que no use maquillaje y tacones, o que no sienta atracción sexual por hombres, y eso, en definitiva, no me hace menos mujer. Nací mujer. Fui socializada mujer. Mi queja, reforzada por su comentario, era cómo me purgaba me dijeran “menos mujer” por no tener los gustos estereotipados de género.

Entonces, me dijo: “Lo que tú eres, entonces, es una odiante, porque estás negando al género”.

¿Cómo? ¿En qué momento una charla de mi ser de mujer pasó a ser una charla de otro colectivo? ¿Cómo llegué a convertirme en una persona “odiante” solo por no querer definirme como algo que no soy? ¿Por qué mi realidad es menos válida que un sentimiento o autopercepción de un tercero?

Y fue entonces que inició mi camino a la radicalidad.

Al principio no entendía mucho. Tuve, como la gran mayoría de mis compañeras rads, que leer, informarme y aprender de otras para entender que el origen de mi opresión y las violencias que sufro por ser mujer están ligadas a mi sexo.

Fue el sexo lo que me llevó a tener orificios en las orejas desde bebé, porque los aretes son cosa de mujer; fue el sexo el que me vistió con vestidos y faldas, cuando no me gustaban, porque eso es ser femenina; fue el sexo el que me dijo que tengo que ser discreta los días que menstruo para no incomodar a otros y el que me aseguró que entonces no puedo tomar decisiones sabias, porque estoy sensible; fue el sexo el que me enseñó a tener cuidado de los señores que me chiflaban y se masturbaban en el camino que recorría a la secundaria, y el que me instruyó en que debía tener cuidado con los adultos a mi alrededor, incluso mi familia, porque mis actitudes pueden ser malinterpretadas; fue el sexo el que me dijo que las mujeres no fuman, no dicen groserías y no van al billar, porque es poco femenino; el que me negó el disfrutar de mi sexualidad para no ser pecaminosa, y el que me negó la ligadura de trompas al cumplir la mayoría de edad porque tal vez en un futuro me case y mi marido quiera tener hijos; fue el sexo, y solo el sexo, el que hacía que me pagaran menos en el trabajo por cumplir las mismas labores que mis compañeros masculinos, y el que definió que soy una persona incompleta porque me niego a la maternidad como destino.

El sexo, que tiene como regulador al género, para seguir perpetuando la opresión a las mujeres.

Aún recuerdo cuando me di cuenta que era una mujer, un día cualquiera en la universidad cuando los efectos del LSD me disolvieron las neuronas y me mostraron como la mitad de mis angustias existenciales devenían de mi sexo, del ser mujer. Entonces, no podía dejar de repetirlo. “Es que soy mujer”, le decía a mis amigos, compartiendo de esa forma la realidad a la que había llegado gracias a un viaje ácido. Aquel día, abracé la radicalidad, aún sin comprenderlo. Y ese fue el inicio de este viaje por el feminismo que hoy me sirve de filtro para todo, no porque sea un sentimiento, sino por la convicción política, ideológica, económica, social, cultural y hasta simbólica de esa realización que, sin darme consuelo, me dio una respuesta.

Ser mujer, lo mismo que el feminismo, no necesita de un tercero para definirse: ser mujer es una realidad material.

Sí, soy una feminista radical; pero no, no soy ningún acrónimo, y no lo soy porque mi feminismo tanto como mi feminidad no dependen de un tercero para definirse; el feminismo no queda en función de ningún otro movimiento para existir, dado que la realidad del sexo[1] es algo innegable que no depende de ningún otro sujeto para poder sustentarse, de la misma forma que mujer no es equivalente a “no-hombre” y que hace que todo se quede dentro de esta semántica, lingüística, discurso y función de la lengua que me niego a cambiar a consciencia que algo así prioriza a otro por encima de lo que el feminismo que he abrazado, señala: ser mujer es una realidad material.

Mujer, no cismujer, no cisgénero; pues de la misma forma que colocar un “cis” delante de la palabra indígena o afrodescendiente es algo impropio, abusivo, ofensivo y hasta denigrante, me niego a modificar mi identidad para dar lugar a un movimiento que tiene como objetivo el borrado de la lucha feminista; es decir, el borrado de esas mujeres que han denunciado, durante más de dos siglos, como el género asignado a nosotras a raíz de nuestro sexo, es el instrumento de opresión del patriarcado.

Porque el género es ese instrumento, ese que nos dice cómo las mujeres tenemos que ser para poder ser consideradas como tal, el mismo que impacta nuestra realidad biológica y material para sexuarnos a favor del patriarcado y el mismo que utiliza lo relacionado al mismo para someternos: menarquía, menstruación, edad reproductiva, síndrome premenstrual, menopausia, etc.

Ahora, aceptar esto no significa que quiera “negar” a ningún colectivo, que los odie o que crea no deben tener derechos. Todas las personas, por el simple hecho de ser personas, merecen todos los derechos; sin embargo, sí me niego al borrado del sexo como categoría de análisis, dado que hacerlo significa que toda esta lucha feminista que ha nacido por la opresión que sufrimos las mujeres por el sexo, quedaría eliminada; pues, finalmente, el género es una herramienta que solo se da a partir de ese mismo sexo y no algo que yo haya escogido de niña para poder definirme; por no olvidar que es una variable de uso en la investigación que nos ayuda a entender distintas problemáticas gracias a la repetición que puede darse en uno y otro lado del espectro sexual.

¿Considero que está mal que existan personas no acorde a su género? No, como feminista, tampoco estoy a favor del género; sin embargo, no creo que escoger algo a partir de una autoconcepción se convierta en una verdad; mucho menos si esta niega la realidad material que sufrimos la mitad de la población del planeta. Los estereotipos de género, sean cuales sean, ya se trate de ropa, actitudes o gustos personales que se han endilgado a los géneros, es una forma de opresión; y algo que, como feminista, creo que es importante eliminar. 

Sí, considero que existen actitudes misóginas en algunos movimientos, especialmente si para su autodefinición se atribuyen características sexistas que el mismo sistema ha señalado como parte de la feminidad como forma de opresión; pues debería existir la libertad para ser, actuar y vestir como se nos pegue en gana sin que alguien nos quiera definir en uno o en otro género.

Perpetuar el género es perpetuar el sistema de opresión.

Esto también significa, como tal, que me niego a que mi radicalidad feminista sea definida como “excluyente”; en primer lugar porque no puedo ser excluyente hacia un grupo que nunca ha sido parte del movimiento; en segundo porque las personas no son mis enemigos como feminista, lo es el sistema; especialmente cuando estoy consciente que, como yo, sufren de la violencia que ejerce el sistema patriarcal contra todo aquel que no entra en la heteronormatividad; sin embargo, tampoco niego como el mismo sistema patriarcal y capitalista ha absorbido una lucha legítima (porque es legítimo de parte de cualquier comunidad exigir los derechos que les corresponden como seres humanos) con el fin de introducirse al feminismo como un Caballo de Troya debido al miedo que le causa nuestra lucha, una que no solo se limita a esta cuestión específica, sino a innumerables puntos que siguen siendo prioridad en nuestra agenda, como lo son: la subrogación de vientres, la prostitución, la pornografía, la maternidad obligada y la sexualización, entre otros.

Dejemos de utilizar nuestros espacios para definirnos en contra de un movimiento, porque eso, lejos de ayudarnos, nos limita. El feminismo es más que “excluir” y, aunque no debemos de perder el enfoque de nuestro sujeto político, tampoco debemos convertirlos en el centro de todas nuestras discusiones.

Por supuesto, estoy consciente que tomar esta postura tiene consecuencias a nuestra integridad, cuando, muchas veces, sin ninguna clase de análisis de por medio y solo para seguir señalando a las mujeres, se sigue priorizando hombres, violentando y denigrando a las mujeres por compartir el pensamiento radical  (un ejemplo de ello, la injusticia que se ha cometido en la FIL de Guadalajara a la escritora, traductora y editora mexicana, Laura Lecuona, la cual no solo fue censurada sino también violentada y amenazada de muerte); de la misma forma, no podemos negar la realidad en donde muchos activistas y miembros de los colectivos, tienen como bandera y estandarte a personas que quieren adueñarse de los lugares seguros que las mujeres hemos ganado en más de dos siglos de lucha[2]; lo mismo que no negaremos que, solo por alianza hacia el falso-progresivo, muchos de ellos, sin importar sus pronombres, mantienen sus discursos machistas y misóginos; además de la propagación de la lesbomisoginia[3], las nuevas terapias de conversión[4] y la negación de la existencia de la homosexualidad y lesbianidad[5] solo para dar cobijo a la autopercepción.

No es algo nuevo. Decir que “es una época difícil para ser mujer” es una mentira, porque ser mujer siempre ha sido una cuestión de sobrevivencia; sin embargo, hoy en día es cuando más necesitamos unirnos y dejar en claro nuestra postura, sobreponernos al miedo y mantenernos firmes en nuestro movimiento, puesto que estamos en un momento en donde esta posverdad amenaza con el borrado de la lucha feminista y de las mismas mujeres.

Mujeres, estoy consciente que muchas de ustedes, como yo, tememos por nuestra integridad física. El acoso que sufrimos de parte de terceros que quieren definirnos como odiantes solo por resaltar nuestra realidad material, es algo que, aunque siempre presente, se ha incrementado durante estos años; sin embargo, es hoy cuando necesitamos mantenernos más unidas que nunca para de esa forma no permitir que este patriarcado enmascarado nos arrebate nuestra lucha.

Hoy abrazo mi radicalidad como feminista, consciente de que uno no nace radfem, se deviene el serlo; y que esta radicalidad es el progreso al que todas las feministas llegamos luego de observar la injusticia y violencia que sufrimos todas las mujeres… a raíz de nuestro sexo.

[1] Entendiendo como sexo a la realidad material a lo que es observable a partir de nuestro nacimiento; pues al nacer no nos hacen ninguna clase de prueba genética para estudiar nuestros cromosomas o algún examen para analizar nuestros huesos; simplemente la toma de decisión de lo que somos a partir de lo que es observable.
[2] Tomando en cuenta cómo se culpa a las mujeres, en especial a las feministas radicales, por la falta de derechos que el sistema, no las mujeres, les ha negado históricamente.
[3] Términos como "Techo de algodón", lo cual invalida la decisión de las lesbiana a decidir con quien quieren practicar el sexo; una forma de increpar lesbianas y que no tiene su equivalente para increpar homosexuales.
[4] En debate actualmente y que debe ser analizado: ¿Es la aceptación de la identidad una forma de mantener la heteronormatividad?
[5] Al negar el sexo biológico y al afirmar que este se define a través de la autopercepción, se niega la homosexualidad y lesbianidad, afirmando que debemos sentirnos atraídos sexualmente por la forma en que otro se autodefina y no por el sexo.

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