Yo no
aprendí de la conciencia de clase leyendo a Marx, yo comprendí que pertenecía a
una clase desfavorecida un día mientras daba vueltas en la cama, postergando mi
responsabilidad de levantarme a las 5:00 am para salir a ganarme un miserable
sueldo mínimo, yo lo supe cuando fui a dejar cien currículums y en ningún lugar
me llamaron por no tener contactos, por no tener un buen apellido, por no tener
una buena apariencia, por vivir en una colonia marginal; yo no aprendí de
desamor leyendo Las penas del joven Werther, a mí me hablaron del amor no
correspondido las ardientes lágrimas que se deslizaban suavemente hasta mis
oídos para decirme palabras crueles que llegaron a lo más profundo de mi ser;
yo no aprendí de echar raíces con Weill, yo supe que había sido arrancado de mi
participación activa y real en la sociedad cuando tomé conciencia de que son
otros quienes deciden por mí, que todo lo social es impuesto y controlado por
otros; yo no aprendí del subconsciente revisando los textos de Freud, yo
descubrí de su existencia cuando me fue corrompida por la religión, que me
hacía soñar con el infierno cuando era un niño; yo no aprendí de los
inconvenientes de nacer con los libros de Cioran, yo lo comprendí cuando estuve
en mis mejores momentos y aún así sentí a la melancolía acechando mi
estabilidad.
Hay
tantas cosas que no me han enseñado los libros, porque a veces uno realmente
comprende lo que lee no por la vista, no por la lógica, sino por la
experiencia, por lo que esas cosas nos hacen sentir, es un conocimiento
visceral de la realidad, muy particular de cada quien y que genera variadas
interpretaciones de la realidad social y psicológica (la natural es menos
presta a interpretaciones contradictorias).
En
este sentido, la importancia de los libros recae en el hecho de que nos sirven
como guías que nos ayudan a comprender de una mejor manera aquello que
experimentamos y nos experimenta, ayudándonos a sentirnos seguros sobre las causas,
los motivos y los efectos. Los libros, en pocas palabras, nos ayudan a vivir de
una manera activa, comprensiva y consciente.
1 Comentarios
Empecé a leer y lo sentí justo en el proletario.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu entrada y no puedo más que darte la razón. Tuve la suerte de ser una "bala perdida" durante muchos años y puedo afirmar que gracias a ello tengo una experiencia que, desde luego, las aulas no iban a darme.
¿Filosofía? No aprendí leyendo a Sartre o Nietzsche tanto como platicando a las 9:00 a.m. con mis amigos a los que no tiraba la peda, compartiendo experiencias desencarnadas y desesperanzadas, esas que nacen de la angustia de existir; no aprendí de mi generación leyendo "Generación Einstein", sino rolando el porro a la derecha mientras hablaba de todo y de nada con apenas conocidos con los que solo compartía un momento; no aprendí de feminismo leyendo a Firestone o hooks (sí, con minúscula), sino hermanándome con otras mujeres y priorizándonos sobre todo...
La experiencia que nos da el vivir es algo único, y gracias a esa experiencia podemos escribir y empatizar con los lectores. Preciosa entrada.