Lesbomisoginia: Los límites no son negociables



Existe un mecanismo de defensa del sistema capitalista y patriarcal que pasa desapercibido a la vista de muchos pero que resulta bastante efectivo: apoderarse de las pequeñas luchas, de las disidencias y de toda resistencia para convertirlo en mercancía. Lo hacen desde sus inicios, cuando vimos la imagen del Che Guevara convertirse en un ítem de consumo para una juventud que quería ser rebelde, cuando un artista punk se convierte en happy y termina firmando con una discográfica de renombre; y por supuesto, cuando metieron sus manos en el feminismo para convertirlo en ese placebo llamado “feminismo liberal”.

Lo sabemos. Las personas que criticamos al sistema y que estamos familiarizados con sus métodos, tenemos muy clara la forma en la cual utilizan la modernidad para ampliar sus horizontes; y esto no cambia en las minorías, como es en el caso del colectivo trans, ese que en un inicio causaba tanta incomodidad al Estado y que ahora se ha convertido en un cobijado más de sus tentáculos.

En la actualidad se nos habla acerca de la transmodernidad como una perspectiva teórica, metodológica y ética que pretende romper con la colonialidad del poder, del saber y del mundo Occidental… algo curioso si tomamos en cuenta que es un movimiento que nace en Europa y Estados Unidos, pero ¿no estamos acostumbrados a que sea de esta forma? A que la Historia Universal empiece con E de Europa y Estados Unidos y se elimine, en consecuencia, todo lo demás.

En el pasado, la identidad era un proceso interior referente al quién éramos; Sócrates, Platón, Descartes y San Agustín lo plantearon de esta forma… al menos hasta que llegó Freud y nos dijo que no, que quienes somos se da a través de nuestro sexo y por tanto, de un cuerpo; un paradigma que aunque en el presente se de la ilusión de quiebre, se mantiene; de no ser así, no habría tantas farmacéuticas interesadas en lucrar con los cambios, ¿no es así?

La trasmodernidad entonces empieza a jugar, no a cambiar, con los paradigmas; específicamente con aquellos que se oponen, desde siempre, al patriarcado; es así como se nos habla de una posmujer que tiene pene y una poslesbianidad que siente atracción por un género y no unos genitales; curiosas definiciones cuando el feminismo habla de cómo debemos librarnos de la biología como destino, no negándola, sino eliminando las cadenas del género que sujetan al sexo.

El término del género no es nuevo. Ya lo señalaba Mead, Simone de Beauvoir, Money y Millet en sus escritos; sin embargo, no es lo mismo librarse del género que jugar con el género; representar actitudes, reformar y crear a través de este mecanismos eróticos y deseantes que hoy por hoy pinchan para convertirse en norma; una que, como siempre, planea subordinar a la mujer.

Firestone creía que en el postgénero habría que librarse de la maternidad; sin embargo, la tecnología lo convirtió en un objeto de mercado, un derecho que no existe y que sigue explotando el cuerpo femenino; sin embargo, esta nueva trasidentidad que viene de la mano con la trasmodernidad, va más allá de eso, cambiando la forma en la que nos concebimos y su evolución. Ahora, la identidad ya no se refiere a un alma o a un cuerpo, sino a un género sin responsabilidad que sigue manteniendo los estereotipos que las feministas queremos romper y que solo reproduce la idea del binarismo que, erróneamente, la trasactivismo alega ha decidido romper.

El feminismo habla de cómo debemos librarnos de la biología como destino, no negándola, sino eliminando las cadenas del género que sujetan a ambos sexos.

El género, como se ha dicho, es un constructo social, pero también una institución patriarcal con la cual se generan estereotipos ligados con el sexo biológico para subyugar mujeres; sin embargo, el discurso del trans-gresor de la comunidad queer que, en mayor medida, obedece a la falsa corrección política y no al análisis crítico, pretende defenderlo con la idea de doblarlo. No se rompe, la abolición no tiene medida en su análisis; pero sí se juega con el concepto para que aquellos más susceptibles, la humanidad posmoderna que repostea sin cuestionamiento, se considere un poco más “bueno” dentro de los estándares patriarcales.

Si el género define al sexo, como malamente se dice, podemos cambiarnos a partir de lo que sentimos… excepto que como mujeres, tenemos una realidad material y el cambio no es una opción. Nosotras no decidimos la opresión que este sistema hace sobre nosotras, sino que somos el resultado de esa institución que a través de los estereotipos, planea seguirnos sometiendo.

No, no hay diversidad de ser mujer; mujer ya es una diversidad por sí misma; y este paradójico retorno a los estereotipos de género, sexistas y patriarcales en pos de un solipsismo sexual de consumo, mercado, subordinación y subversión, solo replica el deseo de algunos de convertirnos —y convertirse— en un objeto de deseo machista y patriarcal, puesto que replicando las viejas ideas con el falso nombre de “nuevas”, no genera ni produce más allá que nuevas cadenas a romper por parte del feminismo.

   
    Feminismo al frente

No debería ser ningún secreto para este punto que el feminismo es una teoría política, económica, social y crítica cuyo objetivo es eliminar al patriarcado; por ello, criticar el género, institución creada para nuestra subordinación, no debería sorprender a nadie; sin embargo, parece que existe una sorpresa colectiva de parte de la mal llamada generación woke, que no atiende edades sino emociones y sentimientos que, en un intento de ser “buenos” y librarse del Sistema —cual alienado comprando café en Starbucks con la idea que está salvando la selva—, el encontrarse con estas críticas.

Se nos llama TERF, Feminazi, Bruja; pero eso es algo a lo que las feministas ya estamos acostumbradas mientras observamos este intento sistemático patriarcal por transmutar el género de una institución que subordina a una categoría “identitaria” para reafirmar una subjetividad que poco ayuda a reivindicar los derechos colectivos. 

Las feministas hemos luchado por erradicar las desigualdades derivadas por la biología; así como también esta idea del género que subordina a las mujeres a estereotipos, roles y expresiones determinadas por el sistema y adjudicados a nuestro crecimiento y socialización con base en nuestro sexo.

Porque eso es innegable. La socialización de la mujer proviene de nuestro sexo; y cuando Simone de Beauvoir afirmó que no se nace mujer, sino que se deviene el serlo; no significaba que es algo que nosotras construyamos o que sea un estado que se puede alcanzar con solo desearlo, sino un estado constante que empieza desde nuestro nacimiento (a veces mucho antes) y que nos permea como individuos, sujetos que no son un “él”, un hombre fallido que siempre será, para el sistema patriarcal, el otro.

¿Cuál es el problema entonces del feminismo con esta transmodernidad? La eliminación del sexo, por supuesto. Si el sexo es un estado mental que puede alcanzarse a través del género, la premisa del feminismo en el que las mujeres somos sometidas por nuestro sexo de nacimiento, queda eliminada; y si bien esto en América nos parece algo completamente disparatado, solo hay que darle un vistazo a los estadounidenses y europeos, en donde los términos como “útero portante”, “persona menstruante” o “vulvo portante” (aunque nadie habla de los “próstata portante“ o ”pene portante“ dentro de esta nueva inclusión) se han convertido en el sinónimo de mujer; pues para este delirio, decir mujer es un asunto de transfobia.

A lo largo de la historia, el feminismo siempre se ha sujetado de los conceptos de “sexo” y “género” para denunciar esta jerarquización de hombres y mujeres y la opresión sufrida por nosotras las mujeres con base en ello, sin importar nuestro contexto cultural, racial o económico; así, esta vulva se convierte en un sexo inadecuado que, con pretexto de las diferencias biológicas, nos da imposiciones normativas que las mujeres debemos cumplir en la interacción social y al no hacerlo, se nos castiga. Podemos presumir, por tanto, que ninguna feminista está de acuerdo con su “género” en el sentido que no apoyamos ni promovemos los estereotipos que se nos dan dentro de nuestra feminidad y que no nos relacionamos con la idea que el patriarcado afirma va ligado de forma innata a nuestro sexo.

Y es por eso que el patriarcado ha decidido cambiarlo, suponiendo que puede redefinir nuestra identidad para dar paso a una “posmujer” que solo está en orden de satisfacer sus necesidades y fantasías, como es el caso de la idea de la libre elección a sexualizarnos, a las prácticas sexuales de subordinación, la maternidad subrogada y sí, la prostitución.

Ninguna feminista está de acuerdo con su “género” en el sentido que no apoyamos ni promovemos los estereotipos que se nos dan dentro de nuestra feminidad y que no nos relacionamos con la idea que el patriarcado afirma va ligado de forma innata a nuestro sexo.

    La L olvidada: lesbianas como objetos

La orientación sexual está ligada al sexo, eso parece evidente; así como parece evidente que estamos en un punto en el cual todos sabemos que cada persona es libre de definir los límites personales y sexuales que llevamos en la intimidad; sin embargo, esta parte del rechazo el patriarcado no lo entiende. No es no; y sin embargo, ese es un derecho que no se nos da a las mujeres, menos a las lesbianas.


Las lesbianas, si bien somos una existencia negada por el patriarcado, un fallo de mujer que no está a su subordinación y cosificación (no en balde existen infinidad de denuncias a las lesbianas “no femeninas” de parte del colectivo transactivista para motivarlas a convertirse en “hombres”, algo que delata el grado de lesbomisoginia de los mismos al ver mujeres que no encajan en su fetiche del femenino), recibe este trato del patriarcado al quererlo redefinir, algo que no viene de la mano con la trasmodernidad pues el término poslesbiana, si bien ahora se quiere ligar a una inclinación al género y no al sexo, no es el único obstáculo. 

No es no; y sin embargo, ese es un derecho que no se nos da a las mujeres, menos a las lesbianas.

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La hipersexualización del cuerpo de la mujer y de la lesbiana como objeto de consumo para satisfacer los deseos masculinos no es algo nuevo, menos en la explotación sexual de la pornografía; y la idea de que una lesbiana sufre una enfermedad a falta de una “buena cogida” tampoco es novedoso, a pesar que, para dolor masculino, la penetración nunca ha sido necesaria para que una mujer pueda obtener placer.

Dentro de la fantasía masculina, dos o más mujeres teniendo relaciones sexuales —siempre, cabe recalcar, en función del placer masculino— es parte de la normalidad y fantasía de muchos heterosexuales educados a través de mitos y clichés como lo es el cine (no olvidemos, American Pie formó una generación de jóvenes que hoy se consideran mente abierta por “permitir” a las mujeres ejercer su sexualidad… en subordinación a ellos); sin embargo, este escenario traspasa también la misma transexualidad en donde el transfemenino desea ser el objeto de esa lesbiana como parte de un logro desbloqueado.


Pero las lesbianas no están sometidas por la idea patriarcal del sexo. Una lesbiana es una mujer con intereses físicos, sexuales, emocionales, políticos y sociales dirigidos a la mujer, no al hombre; y si bien como ya se ha aclarado, muchas mujeres entramos al lesbianismo de forma tardía, ya sea por presión social o por falta de objetividad emocional durante nuestro crecimiento, esta existencia no solo está ligada hacia la restauración de los vínculos con otras mujeres y a la oposición a la heteronormatividad del patriarcado, sino al deseo —y no solo consentimiento— hacia otras mujeres y por tanto, su sexo.



La sexualidad, salvo en casos como la pansexualidad, es excluyente. Nos sentimos física y mentalmente atraídos hacia un sexo determinado, y algo así no es negar la identidad de nadie, sino ejercer un libre derecho de relacionarnos con quien se nos pegue en gana. La atracción es una realidad material, un deseo manifiesto; y cuestionar esta atracción cae en la lesbofobia; por no decir, misoginia cuando se nos intenta explicar a mujeres que ejercemos nuestro pleno derecho en elegir a nuestras parejas sexuales; sin embargo, para la política queer, sentir deseo por nuestro mismo sexo es arcaico y tránsfobo. No es de extrañar, además, que el objeto de esta crítica siga estando en las mujeres antes que en los hombres; puesto que aunque se ha acuñado un término para señalar a las lesbianas que no quieren tener relaciones sexuales con un transfemenino; no existe su equivalente para señalar a los homosexuales que no desean tener sexo con una transmasculina; en gran parte debido a que a los hombres siempre se los motiva a buscar su propio placer, sin importar lo que las mujeres tengamos que decir al respecto.



La atracción es una realidad material, un deseo manifiesto; y cuestionar esta atracción cae en la lesbofobia; por no decir, misoginia

Parece que al trasactivismo le gusta negar la orientación sexual cuando cae en conveniencia; puesto que un transfemenino puede declararse abiertamente lesbiana por sentir inclinación sexual hacia el sexo femenino; pero que una mujer lesbiana que le niega las relaciones sexuales no ejerce un derecho, sino transfobia.




Por supuesto, esto es mentira, nada más que la lesbomisoginia con la cual el patriarcado intenta volver inaceptable que las mujeres tengan límites íntimos y sexuales en donde ellos no tienen cabida.

Techo de Cristal: Una denuncia lesbomisogina


Es irónico encontrar que dentro del colectivo LGBTTTBIQ+, la L, la G y la B estén siendo exterminadas por la T, esa que considera que las lesbianas, si no nos sentimos atraídas por lo cuerpos masculinos y por los mal llamados “penes femeninos”, somos tránsfobas; y que incluso hoy se les de un nombre a este “problema” que sufren los transfemeninos identificados como lesbianas para no poder satisfacer sus deseos sexuales… con lesbianas.

El techo de algodón, término dado por transfemenino ligado a la industria pornográfica (¿a alguien sorprende?) y que se hace alusión al techo de cristal (término feminista para señalar la desigualdad entre hombres y mujeres al momento de ascender a mejores puestos de trabajo), se refiere a la barrera con la que se topan los transfemeninos cuando se les niega el sexo con mujeres lesbianas, aludiendo, cómo no, a la tela de las bragas, los calzones, las pantys: el algodón (y no, esto tampoco sorprende). 

En pocas palabras, se quejan de que las lesbianas los envíen a la “friendzone”, un reclamo bastante incel que puede ser criticado… siempre y cuando no provenga de alguien que se identifique como algo distinto a su sexo de nacimiento.

Los transfemeninos alegan que son mujeres porque no se identifican con su género y que el sexo está subordinado a esta identificación; y que por tanto, las lesbianas deberían considerar ser penetradas porque ellos se identifican como mujeres, señalando a aquellas que no desean este intercambio como tránsfobas y hasta conservadoras, por negar esta poslebianidad que se da en favor de, para variar, un placer masculino. Y aún así tienen la audacia de decir que no hay falocentrismo en su movimiento.



Aceptar la negativa de una mujer, sin cuestionar, algo que hemos repetido hasta el cansancio; pero parece ser que la negativa de una mujer y en especial de una lesbiana, es parte de una agenda de odio inexistente, un delirio trans que aparece cuando las mujeres no nos subordinamos a sus emociones mal llamadas identidad.

Para algunos como Shannon Keating, editora LGTB de Buzzfeed, es necesario deconstruir la sexualidad lésbica como solución:

… tal vez podamos simplemente seguir desafiando la definición tradicional del lesbianismo, que asume que hay sólo dos géneros binarios, y que las lesbianas sólo deberían ser mujeres cis atraídas por mujeres cis. Algunas lesbianas que no se reconocen como TERFs, aún así dicen abiertamente que nunca saldrían con personas trans debido a ‘preferencias genitales’, lo que significa que tienen ideas increíblemente rígidas sobre el género y los cuerpos.

Sin embargo, la sexualidad lésbica no puede ser deconstruida a favor de este pene femenino, pues algo así la eliminaría por completo. Esta lesbomisoginia con la cual se señala la orientación sexual de las lesbianas a favor de este patriarcado que protege a una minoría que ya es parte del entertainment (transfemeninos, dado que los transmasculinos suelen ser opacados por el mismo transactivismo), es lesbomisoginia, una forma de castigo hacia aquellas que lo han desafiado desde siempre.

El tiempo cambia, pero las ganas de señalar a las lesbianas como seres “fallidos” por solo sentir atracción sexual por otras mujeres, se mantiene; colocándonos en una posición de objeto y de "conquista" sexual, algo que se basa solo en defender los derechos sexuales de terceros sobre el cuerpo de la mujer.

No, el sexo no es un derecho. Y ningún hombre o transfemenino puede alegar que tiene derecho de acostarse con una lesbiana para cumplir su fantasía; así como tampoco puede denunciar ninguna transfobia por no aceptar el pene femenino como parte del lesbianismo; mucho menos llamarnos “falsas lesbianas” por no aceptar el intercurso con alguien por quien no sentimos un deseo sexual. Aceptar esta nueva normativa borra, por tanto, la idea del consentimiento (aunque consentimiento implica ya una subordinación, diferente a definir deseo), lo que es equitativo a una violación aceptada, normalizada y más aún, “reivindicada”, no es más que cultura de la violación, esa misma que ha creado el patriarcado.


Las lesbianas no están para ser validadas por el sistema patriarcal. Los límites que cada mujer tiene en cuanto sus relaciones íntimas y sexuales, no son negociables. Creían que ya se había entendido, pero no es así; por eso necesitamos seguir alzando nuestra voz y dejar en claro, sin ningún atisbo de duda, que nadie puede obligarnos a tener relaciones sexuales, sin importar identidades de por medio.

Los límites que cada mujer tiene en cuanto sus relaciones íntimas y sexuales, no son negociables. Nadie puede obligarnos a tener relaciones sexuales, sin importar identidades de por medio.

La pregunta queda al aire. ¿Por qué este transactivismo señala a las lesbianas y a las feministas que desean abolir el género por encima de las instituciones patriarcales y ultraconservadores liberales? Tal vez porque, a pesar de sus denuncias en nuestra contra por no convertirlos en el centro de todo movimiento, no somos nosotros quienes se alinean a la conveniencia del sistema.

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Referencias:



 

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1 Comentarios

  1. Anónimo24/7/23

    Entiendo tu punto, pero por qué denominar mujeres trans como "transfemeninos"?, eso no invisibilizaria a las mujeres trans solo por tener pene? yo pienso que si se consideran mujeres se deberian tratar como tal, mujeres y ya, porque que tengan pene no las hace menos mujeres. y es cierto no hay que obligar a alguien a tener relaciones sexuales solo porque uno asi lo desee, ya que eso seria violacion. todo bien y correcto con lo que dijiste hasta el punto de invalidar a las mujeres trans solo por tener pene.👍🏻

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