Dataísmo: religión digital nihilista dominante extermina poesía

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Utilitarismo al extremo. Así es como está funcionando nuestro mundo. Habitamos un mundo que funciona mediante datos, nos conduce la tecnología. La funcionalidad de hoy es fría, calculada, programada. La mayoría de las personas permanecen con la mirada fija a los dispositivos electrónicos (perdiendo identidad) y es así como se conectan a la sociedad; el que no se conecta a la sociedad, mediante la "comunicación" digital es mal visto, y no solo es mal visto por los otros, sino que también es excluido del sistema, pues su falta de interacción digital no permite la captura de sus valiosos datos personales, así que pasa a ser un ser humano innecesario. 

He tenido la tentación de hablar, un poco en forma, sobre el dataísmo, que llega a ser percibido hasta como una corriente filosófica tecnológica, y que también llega a ser considerado una religión (cuya deidad sería la big data), de los datos, de la despersonalización, llegando prácticamente al nihilismo. Pero puedo hablar del dataísmo como un exterminador de la poesía, dando por hecho que con la simple noción del concepto, para quien apenas tenga eso, baste; y para quien tenga el conocimiento elemental y sumamente accesible de lo que es, será incluso más fácil acompañar esta reflexión que quiere intentar ser breve y objetiva. 

No es que nos hayamos vuelto prácticos y directos, como cuando alguien dice que el reguetón no se anda por las ramas en las que sí anda la poesía, porque en el lenguaje poético existe el invento, la sofisticación de la palabra, la construcción de una estética o su búsqueda; mientras que una canción de reguetón dice directamente lo que tiene que decir, aborda sin tapujos su deseo, habla sobre los glúteos, sobre el perreo, sobre el engaño, y sus palabras no son rebuscadas, ni siquiera son un poco pensadas, con que se acoplen a un ritmo pegajoso, la inversión de dinero y publicidad volverá exitosa su canción. Pero no solo la inversión, sino la interrelación que existe entre un contenido exprés y ligero con una sociedad con bloqueos cognitivos. 

El ser humano actual no se concentra mucho, se ha vuelto adicto a la sobrestimulación digital, los memes, los vídeos seudo-reflexivos, los vídeos virales, las parodias, los conflictos dizque ideológicos, los debates disformes entre personajes mediáticos representativos de alguna dizque corriente de pensamiento, las noticias alarmantes que van y vienen, los casos polémicos de famosos, tanto contenido ridículo y patético, etcétera, etcétera.  La poesía ya no tiene sentido. Afirmación que no expreso desde la resignación y mucho menos desde "el entendido" de que la poesía no tiene posibilidad de volverse un contenido interesante, de masas, ni siquiera de minorías adoptadoras de modas o estilos característicos. Asumir esto último sería reconocer que la manera en la que estamos funcionando como humanos no sencillamente digitalizados, sino cognitivamente sesgados ante la gracia de lo hiper-fácil, es la correcta o, que aunque no sea la correcta, debemos aceptarla y jugar el juego competitivamente, subirse al tren de lo mediático, aprender estrategias comerciales de la era, y todo eso. De manera que mi afirmación de que la poesía no tiene sentido aumenta su presupuesto de propuesta. 

Reconocer que la poesía desde las primeras décadas de este siglo no tiene ya más sentido, no es adoptar una especie de derrotismo ante la posibilidad del desarrollo de tan hermoso género literario, es más bien contextualizar lo obvio aunque paralela y paradójicamente no sea obvio, es decir, que la mayoría de las creaciones estéticas o con intención de serlo, en nuestra era no tienen sentido. Pero peor aun la poesía, por su característica a menudo emocional. Cierto filósofo acertadamente pensaba que la poesía tiene un carácter adolescente, mientras que en la edad adulta tendemos más al pensamiento, a la filosofía. Ante la problemática compleja de este mundo plagado de dataísmo, no nos son de ninguna conveniencia los adolescentes creativos, es decir, los poetas. El dataísmo ha exterminado la poesía, pero no a los poetas, que ingenuamente continúan, desde diferentes posturas y comunidades, y claras categorías (y rangos) (que al fin al cabo, todas terminan en el mismo absurdo) escribiendo textos que, de manera honesta, a nadie interesan; si hay aplausos, bien sabemos de dónde provienen: de amigos, familiares y gente educada que en realidad no prestó atención y no disfrutó nada. 

Reconocer que la poesía no tiene sentido puede implicar ejercerla como pasión personal, mas no como herramienta con función social y ni siquiera como arte literaria, y tampoco como producto comercializable. Reconocer que la poesía, ahora, ya no tiene más sentido, implica poder dejarla descansar en paz, y a la misma vez, desde un origen distinto, formular, pero no reformular, la poesía. Darle origen a la poesía, pero con otros nombres, disimulada e incluso negada. Mediante el pensamiento crítico como parte del proceso, el ensayo en vías mediáticas, la actitud filosófica, mas no esnobista, y que al fin y al cabo, la actitud filosófica ha de ser idéntica y convertida en actitud poética. Pero ya no como adolescencia creativa, sino como comportamiento jovial, fresco, desinteresado en apariencia, pero también desinteresado en cuanto a urgencia, amante del proceso y no ansioso de resultado.

El poeta que siga cometiendo el ridículo de llamarse poeta, puede seguir ejerciendo su derecho, esa libertad improductiva. Pero el poeta que quiera entender que ante los efectos colaterales del dataísmo, —como la afectación cognitiva de los usuarios de Internet (la mayoría de la población), que implica desconcentración constante, apatía y necesidad de sobreestímulo y sorpresa breve y frecuente—, surge la existencia de una responsabilidad social cuyo vehículo de ejercerla es la creatividad del lenguaje, antes que directamente la creatividad literaria, debe pues llevarla a cabo con una gran seriedad de enfoque, la cual no debe hacerse pública, lo que se debe manifestar a los demás es más bien algo que también debe existir: la diversión en la labor efectuada y sus consecuencias. Pues entre los efectos vendrás conflictos, y argumentos actitudinales que se querrán manifestar como contraposiciones; pero su motivación consistirá en el extrañamiento, la hipersensibilidad y la predisposición a sentirse ofendidos ante cualquiera que critique, cuestione o niegue el sentido de la poesía, sea mediante un discurso de palabras, oral, escrito, o sea mediante generación de propuestas creativas que logren la sensación poética, a pesar de presentarse como algo distinto o hasta como algo muy ajeno. O también sea como la indiferencia cabal.  

Así la poesía, ante la vista de la mayoría, debe desaparecer. Debe quedar solo la anterior al siglo veintiuno como una referencia elegante de "aquellos tiempos". Porque estratégicamente, la poesía tendrá un nuevo origen, huyendo, las convergentes iniciativas, no está de más decirlo, de las formas clásicas o antiguas, que más que hacer bien al estilo poético, solo evidencian una de esas terquedades penosas de quienes se aferran a lo que ya no funciona; pero huyendo también, y con especial cuidado, de la seudopoesía pretenciosa, que ante su descomunal ignorancia, se presenta con la ingenuidad del desinformado, como innovación o como propuesta alternativa, posmoderna, meta, filosófica, social, experimental y tantas palabritas plenamente bochornosas. 

Entonces el lenguaje creativo o las manifestaciones artísticas, que tengan implícitas la filosofía poética de reptar silenciosamente, deben huir también, enfatizo, de todo término de categoría cercano a la palabra poesía. No hay que dejar ninguna sospecha. Se debe asumir, aun para quienes no lo comprendan y solo lo intuyan o tengan una noción suficiente, que la religión digital nihilista dominante ha logrado, sin siquiera proponérselo, exterminar la poesía. Esto constituiría, o mejor dicho, constituye, —porque tengo hasta cierto punto la prematura alegría de que se ha iniciado el proceso, aun sin darnos cuenta, muchos somos voluntades convergiendo en esta idea de sutileza extraordinaria—, una oportunidad con amplio espacio de maniobra, hasta para equivocarse y replantear las estrategias. 

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