Superficialidades triviales

Este no es un texto académico ni mucho menos procura ser profundo. Si usted, lector, así quiere tomarlo, es cosa suya. No mezcle las intentio de este proceso con los usos que usted le dé a las cosas que lee. Ya en otro momento nos daremos tiempo para dejar en claro en qué sentido esto no es un texto académico y por qué no procura ninguna profundidad trascendental. Por en cuanto despojémonos de la intelectualidad y hablemos franco. Que es lo que caracteriza a este portal y a esta divergencia.

            No hay nada más superficial en el mundo de hoy que hablar de la belleza. No hay nada más trivial que hablar de las relaciones afectivas entre las personas. Pero no es que en sí sean banales o que carezcan por entero de importancia, es que el mundo de hoy desterritorializa lo importante y lo coloca en otro patamar más insignificativo, en uno que es dominado por el mercado de los pensamientos, de las ideas de a peso, de los intelectualoides TED y de la psicología superacional. En ese mundo, es obvio que las relaciones afectivas necesiten de couches de vida y de terapeutas de pareja, porque ¿para qué pensar? si hay alguien que puede hacer papilla lo que no entendemos, lo que no queremos aprender o pretender de la filosofía. ¿Para qué? Es mejor tragar lo que otros han masticado y digerido mal. Bueno, entonces machaco esto aquí y que lo trague quien quiera, pueda, guste o como sea. De cualquier modo no es importante. Es trivial.

Mucho se ha dicho sobre la belleza. Si se preguntan qué, vayan a los estudios estéticos, no voy a reproducirlos. Por mi parte considero que la belleza es múltiple, multidimensional, que está atravesada por varios sistemas humanos que vienen desde la masa amorfa de la subjetividad hasta la concretud física del “yo”. Por lo que diría que la belleza es concreta per se y objetiva en cuanto a estado inicial, en cuanto percepto. Por eso afirmo que todos los seres humanos son bellos por sí mismos en cuanto que son la concretud física de la belleza en este mundo. Ahora bien, como sujetos percipientes transformamos ese estado inicial y lo interpretamos, es decir, lo afectamos, lo ponemos en movimiento. Aquí, en este punto donde lo que vemos es un afecto, es donde nos encontramos con lo que normalmente llamamos “gusto” o “atracción”. Es cuando el percipiente participa de un juego doble: afectar y ser afectado. Esta afección también es concreta en cuanto que la atracción desata una serie cambios en el cuerpo percipiente (cambios químicos), y es objetiva-subjetiva en cuanto que nos transforma y nos lleva de un estado a otro enteramente nuevo y nunca repetido.

Pero ¿cómo juega esto en los seres absurdos de este mundo? La inercia, también llamada costumbre y en algunos casos hecha tradición, obliga a los seres a transformarse no como por sí mismo el cuerpo/sujeto percipiente quisiera, sino como se le ha instruido. Decir que alguien es linda o lindo, deja de ser entendido como el simple efecto de la afección y termina convirtiéndose en algo trivial, en un flirteo fútil y baladí apenas comparado con el galanteo pueril. No está mal, que lo haga quien quiera hacerlo, pero no siempre que se hace es por esa cuestión. No todos pueden ser tan simples.

La atracción es el estado inicial de otro percepto. Su afección es el cariño. El ser humano se transforma en el impulso percipiente y avanza misterioso por los caminos de la atracción hasta encontrarse en el punto del cariño, del sentir interno. El otro se adentra con sus afecciones en el cuerpo percipiente para transformarlo más profundamente y sin retorno. Lentamente crece la otredad, el otros-nosotros. Querer es un acto de mucho valor, de mucho coraje y de mucha aceptación, porque cuando nos encontramos en ese estado, debemos entender que todo es una construcción de realidad enteramente individual, en la que el otro no ha hecho más que ser objeto de nuestras interpretaciones. Nade nos debe el otro, todo nos los debemos a nosotros mismos.

La sociedad pútrida ha convencido a varias generaciones de que las formas de cortejo son unas y no otras. De este modo romantiza acciones que atentan contra el otro principalmente, porque construyó ambas acciones: las del percipiente y las del percibido, construyó sus afecciones, su transformación a través de los estados, les dijo cómo debían ser en cada uno de ellos. A unas cosas llamó cumplidos, por decir algo, y a otras, agradecimiento. Hoy se debaten éstas porque ya no empatan en una mente más racional, y mucho menos en la interacción de quienes se preguntan la realidad y de quienes la asumen cerrada, definida. Decir “te quiero” no significa ya nada. Es una moneda más de intercambio mercantil cuya devaluación es máxima. Las palabras están gastadas, carecen de percepto y afecto, por eso cualquiera puede usarlas, por eso todos ellos se decepcionan de haberlas usado, porque en su mente obtusa esperan ganancia.

Luego del estado de cariño, una nueva afección nos lleva al estado de amor. Considero a éste el estadio último de este camino de afecciones. Nuevamente no hay retorno, pero, a diferencia del cariño que es de flujo constante y continuo, el amor carece de todo ello. Al amor lo atraviesa la variabilidad, lo amorfo, lo inestable. Al amor no se le puede llamar como tal estado, es más una meta aporética: cuanto más nos acercamos, más se aleja, cuanto más llegamos, menos estamos ahí. Aparece para transformarnos en una brevedad que no notamos y luego nos devuelve otros a nuestro aquí y ahora. La transformación es tan grande que su afección nos deja una carencia con la que debemos aprender a vivir, convivir, co-vivir, existir.

En el amor amaestrado de la sociedad decadente no existe esta transformación. No se conoce ni por error, es apenas un discurso barato con mucha parafernalia, con mucho ruido y mucho brillo, que en el fondo está enteramente vacío. Es sólo un producto vil que puede comprarse, venderse, regalarse, pero nunca hallarlo en la experiencia sublime de la afección percipiente. El ser humano que dice amar como la sociedad marca, no es sino un robot (en sentido estricto) que reproduce comandos. Y al ser de este modo se vuelve furtivo, cazador de experiencias superfluas y pasajeras que cambia, a la menor provocación, lo trascendente por lo somero. No está mal, pero tampoco puede quejarse de lo que ha creado.

Esta ecuación de los estados de belleza, gusto, atracción, cariño y amor, no funciona sino en razón de un estado mayor que los soporta: el estado de verdad. Pero no puedo decirles nada de ello porque no se conoce a través de otro, sino de uno mismo y se comienza con la sinceridad hacia sí. Cosa imposible en esta sociedad amante de las mentiras. Por mientras debe ser claro que 1) decir que alguien nos parece lindo o linda no implica que nos gusta esa persona, 2) decir que alguien nos gusta, no significa que queremos algo, 3) decir que queremos a alguien, no significa que queremos estar en su vida, 4) decir que se ama a alguien para nada tiene que ver con la eternidad, pero sí con la trascendencia. Cuando el principio de sinceridad nos habite, tendremos la razón de verdad para soportar los perceptos y afectos de esta vida. Bueno, ya. Sean felices. Fin, no sean simples y no entiendan estas palabras finales literalmente.

 

P.D. No es necesario comentar. Domínese y si ve que es casi imposible, haga otro texto y comparta la liga para su lectura.