Fragmento de un ensayo de Macarena Huicochea, publicado completo en Tropo a la uña
Muchas películas de ficción nos hacían pensar en la lejana posibilidad de un colapso mundial que colocaría a la humanidad en situaciones extremas, ante las cuales todos los referentes se derrumbarían, poniendo en riesgo a la sociedad y el orden establecido.
Y la literatura también nos develó - más de una vez - el apocalíptico día en el que nuestro mundo (aparentemente estable) nos mostraría el rostro oculto, monstruoso y absurdo de lo que se enmascara tras los escenarios de la civilización.
La “desbordada” imaginación de escritores cómo Aldoux Huxley, Ray Bradbury o José Saramago (por citar sólo algunos) quizá ya no nos parezca tan fantástica o ficticia, al confrontarla con la devastación social e ideológica que ha desenmascarado la pandemia:
“– Es un absurdo. Un hombre decantado como Alfa, condicionado como Alfa, se volvería loco si tuviera que hacer el trabajo de un semienano Epsilon; o se volvería loco o empezaría a destrozarlo todo. Los Alfas pueden ser socializados totalmente, pero sólo a condición de que se les confíe un trabajo propio de los Alfas. Sólo de un Epsilon puede esperarse que haga sacrificios Epsilon, por la sencilla razón de que para él no son sacrificios; se hallan en la línea de menor resistencia. Su condicionamiento ha tendido unos rieles por los cuales debe correr. No puede evitarlo; está condenado a ello de antemano. Aún después de su decantación permanece dentro de un frasco: un frasco invisible, de fijaciones infantiles y embrionarias. Claro que todos nosotros – prosiguió el Interventor, meditabundo – vivimos en el interior de un frasco”. (De: Un mundo feliz).
“Tranquilidad, Montag. Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se encuentra la melancolía. Cualquier hombre que pueda desmontar un mural de televisión y volver a armarlo luego, y, en la actualidad, la mayoría de los hombres pueden hacerlo, es más feliz que cualquier otro que trata de medir, calibrar y sopesar el Universo, que no puede ser medido ni sopesado sin que un hombre se sienta bestial y solitario”. (De: Fahrenheit 451).
“Los ciegos avanzaron como arcángeles envueltos en su propio resplandor, se lanzaron contra el obstáculo con los hierros en alto, como habían sido instruidos, pero las camas no se movieron, cierto es que las fuerzas de estos fuertes apenas superarían las de los débiles que venían detrás, que apenas podían ya con las lanzas, como alguien que llevó una cruz a cuestas y ahora tiene que esperar que lo suban a ella. El silencio había acabado, gritaban los de fuera, comenzaron los de dentro a gritar, probablemente nadie hasta hoy habrá notado qué terribles son los gritos de los ciegos, parece que están gritando sin saber por qué, queremos decirles que se callen y acabamos gritando nosotros también, sólo nos falta ser ciegos, pero ya llegará”. (De: Ensayo sobre la ceguera).
Este fragmento, publicado en este sitio, es una copia de la redacción original de la autora, sin revisión por parte de la revista donde se publicó oficialmente.
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