En el siglo XV, los caballos llegaron por primera vez con los invasores europeos al territorio de Abya Yala, hoy conocido como el continente americano.
Estos hermosos animales, entre otras funciones, han sido utilizados como instrumentos de guerra. Al principio causaron asombro y terror, por ser desconocidos, los ejércitos europeos, poseedores de una amplia experiencia en combate, con las columnas de caballería, destrozaron a los combatientes nativos, aun con su férrea resistencia fueron sometidos. Sin embargo, actuaron a favor de los invasores diversos factores, marcando el rumbo de la historia, por mencionar algunos, se anexan las enfermedades desconocidas en este continente, las armas de fuego, pero sobre todo y lo más importante, las motivaciones, los intereses, políticos, teológicos, económicos, que impulsaron a los visitantes no invitados, a regar de sangre estas tierras, para el logro de sus fines expansionistas, de un entonces incipiente capitalismo.
La época colonial, inicia con la caída de la gran Tenochtitlan en 1521 (XVI). La derrota militar que infringió el invasor, fue acompañada inmediatamente quizá por la mas dolorosa, la moral, la destrucción del templo mayor desde sus cimientos, fue una de los golpes mas impactantes, el vencedor mostraba a un nuevo dios, que con el poder de las armas, se imponía, demostrando su poderío y asesinaba a los viejos dioses de los vencidos, e iniciaba con ello la conquista ideológica.
Los europeos toman el control político, militar e imponen nuevas formas de vida, un nuevo orden social, creando sus propias leyes, y una de tantas. Queda prohibido que las personas nativas de la América ocupada monte a caballo.
Para ser jinete se requiere ser extranjero, evidenciando así, su visión de pertenecer a una raza privilegiada. Entre otras razones, por ser muy cotizados estos animales, importados de Europa, y después de algunas islas caribeñas, sometidas años antes.
Entonces poseer un caballo, también era símbolo de una persona o familia de pertenecer a una clase de alto poder adquisitivo.
Pero más allá de las razones anteriores, el gobierno político militar, prohibía el uso del caballo a los vencidos, para reducir la posibilidad de levantamientos rebeldes armados, en caballería, y de esta manera seguir manteniendo el monopolio de la superioridad bélica. Sin omitir que muchos osados guerreros robaban caballos y de manera clandestina desobedecían las reglas. Con las consecuencias que es fácil imaginar, si los atrapaban.
Al paso de las décadas, la reproducción masiva de caballos provocaron la caída de los precios, y la accesibilidad para adquirirlos. Las leyes se ablandaron, estas posibilidades empujaron a los criollos y mestizos a exigir el derecho a la monta de caballos. Aunque seguía siendo prohibitivo para los nativos de América sin ascendencia europea.
Por aquellas épocas se acuño una frase que ponen en relieve el elitismo social que permeaba: “El que en burro anda, ni el saludo merece”. Es decir, el valor de las personas se manifestaba, si eres jinete de un caballo, lo demás era para los de baja condición. Seguía siendo jinete y caballo sinónimo de poder.
Llegaron los tiempos de la independencia en 1810, con su triunfo en 1821, se pone fin a la colonia. Y se anota: la igualdad bélica, permitió el triunfo de las batallas independentistas, las cuales, se basaron en las fuerzas de combate en columnas del ejercito montadas a caballo.
Las condiciones sociales para 1910 son insoportables y estalla la revolución mexicana, de igual manera los caballos tienen un papel importante en esta guerra intestina, que cobra miles de vidas. En esta adquieren relevancia los ferrocarriles, que le disputan el protagonismo, para la movilización de tropas, a estos nobles animales.
En 1870, la invención del automóvil, y con el paso del tiempo su perfeccionamiento, logrado por el avance tecnológico, la construcción de mejores caminos y carreteras, impulso la producción en serie de vehículos de motor. Bajaron sus costos y fueron más accesibles, lo que antes solo era posible para los grandes capitalistas.
Las empresas dedicadas a la fabricación de autos, conocedores de la psique humana, han sacado autos para la clase más pudiente, y otros para la clase de menor nivel económico y reproduciendo las mismas costumbres que se originó con la llegada del caballo.
Sin embargo, independientemente de que auto posea un individuo, por lo general, vemos por la carreteras y calles el enanismo mental, el desprecio por los que se desplazan, por medios más austeros, motocicletas (refiriéndonos a las económicas), bicicletas y peor aún con los que caminan. Y sin olvidar el respeto inconsciente que dan los conductores a otros, si sus autos, son de marcas y precios más elevados.
Las actitudes de prepotencia ocasionan un sin número de accidentes, en su mayoría de consecuencias fatales. Existe poca cultura vial, pero no por desconocimiento, sino por esa obscena demostración de poder, que brinda un automóvil en la ignorancia colectiva.
Y tal parece que el automóvil inocula al automovilista, alguna sustancia mental(droga), que lo motiva a la presunción de algo tan superfluo, sin importar poner en riesgo a todo aquel que se cruce por su camino.
La vanidad es visible a los ojos, basta observar en muchas de las ocasiones cuando un conductor baja de su automóvil, juega obsesivamente con sus llaves, como si este fuera un cetro estúpido de su reinado.
Es muy común ser testigos de altercados entre automovilistas, porque ambos exigen ser dueños de la razón, y reclaman por derecho, ser dueños de las calles, por lo tanto propietarios del mundo.
Sin estudios científicos, solo por la observación y análisis, considero que vivimos en una sociedad acomplejada, y que para sentirnos plenos necesitamos de objetos y demás cosas materiales. Como sugerencia, necesitamos bajarnos del automóvil y poner los pies en la tierra, romper el caparazón del yo, y pensar un poquito en lo común, es decir en la comunidad, en el otro, en el nosotros. Evitemos accidentes.
Y para la reflexión. ¿acaso seguimos padeciendo el síndrome del invasor a caballo, desde hace 500 años?
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