El hombre mientras más se acerca al mundo de los objetos,
más se aleja del mundo de los humanos.
Carlos Marx
I.
En octubre del 2005, Quintana Roo recibió el impacto del meteoro más potente de todos los tiempos: el huracán Wilma. Han pasado quince años desde aquel fatídico suceso. Debido al acontecimiento, varias personas se quedaron sin hogar, sobre todo en las áreas más vulnerables de nuestro estado, me refiero principalmente a la llamada Zona Maya.
Sin embargo, la propaganda amarillista televisiva no se dejó esperar. Las imágenes de destrucción de la Zona Hotelera desplazaron el horario estelar, y nuevamente la destrucción y la desgracia fueron el centro de atención de los telespectadores, mismos que a base de manejo de sentimientos, no esperaron más, y se sumergieron en una compasión sin límites, asemejada a la de cualquier melodrama televisivo, es decir, un melodrama “ficticio” desplazaba un drama real. La filantropía absurda y deshumana de empresas como Iusacell y Banamex no esperaron más y pusieron sus servicios a disposición de los afectados que, paradójicamente, se encontraban incomunicados.
Las imágenes que la T.V. nos mostraba eran impactantes y devastadoras; un Cancún con su Zona Hotelera destrozada. Pero nunca mostraron la otra cara, la del Cancún que día a día pone en alto el nombre de este destino turístico a nivel mundial, los que en temporada alta son discriminados por los empresarios del sector turístico. Y no los pasaban, porque lo que los medios de información presentaban, no era el destrozo de Cancún pueblo, sino del Cancún hegemónico, del Cancún que es parte de México sólo de nombre.
Por eso, no era de extrañarse que las campañas televisivas desviaran la atención de los telespectadores, para llevarlos a otra realidad: la de las desgracias que vivió Chiapas por el paso del huracán, desde meses antes, para sumergirlos en la desgracia que los señores del poder experimentaron, y entonces sí, como en las novelas: los ricos también lloran.
Del pueblo se habló poco, se tocaron solo cifras, cifras económicas traducidas en destrucción que provocó el meteoro. Así, la campaña “Levantemos a Cancún” no tenía otro objetivo que el de “levantemos a la clase empresarial”. Podríamos hacer una analogía y decir que Levantemos a Cancún fue el equivalente a: recatemos a los banqueros del FOBAPROA. Las supuestas despensas llegaron tarde al otro Cancún, al marginado, y en algunos lugares nunca llegaron. De Isla Mujeres nunca se habló, y de Cozumel, sólo para evidenciar los saqueos.
Imágenes que circulan en Internet |
II.
A propósito de los saqueos: ¿quién saquea a quién? La respuesta podría ser que las personas saquearon algunas tiendas comerciales como: Elektra, Chedraui, Oxxo, etcétera, y eso es innegable, pues lo muestra la televisión, y hay imágenes que lo respaldan. Y, “lo que se ve no se juzga”.
Pero daríamos una respuesta muy simplista. Por un lado, no todo lo que aparece en los medios es real, y menos en la T.V., pues es una realidad virtual, es decir, es una realidad creada con intencionalidad: el vender una idea y productos al telespectador, así, la imagen es un producto de compra-venta. El telespectador sólo es un mercado más, pero también es un objeto de consumo y de acción, así, la televisión crea y destruye formas de actuar, sentir y pensar, y genera sueños y conformismo. La T.V. hace de algo real -y que en ello depende en parte el presente y futuro de la humanidad, como lo es la política-, un circo: decide qué payaso es político y qué político es payaso, pero también, quién es víctima y quién es victimario. Lo hace con la proyección de imágenes y discursos huecos. Pero lo que se ve, debe juzgarse, porque, de no ser así, entonces estaríamos abandonando nuestra capacidad crítica por lo mediático.
Una imagen de alguien que está sacando artículos de una tienda, puede juzgarse de primer momento como un saqueo, pero lo que la imagen no muestra, es lo que hay detrás: lo que esa o esas personas viven, sienten, piensan... Es decir, no muestran la esencia del acto en sí. Probablemente esas personas que sacaron comida, no tenían qué comer; probablemente estaban pensando en sus hijos; probablemente el impacto y el shock que provocó el meteoro en todos, generó una anarquía total. Empero cuando digo provocó una anarquía, no estoy diciendo que el culpable fue el meteoro en sí. Más bien, fue sólo un acontecimiento, fue el fuego que prendió una bomba y la hizo estallar. Me refiero a lo siguiente: el hecho de que varias personas de la población hayan corrido a sacar artículos o alimentos de algunas tiendas, sólo demuestra una patología social. Cancún es una ciudad represora por excelencia, es una ciudad donde la vigilancia de los ciudadanos está al tope: vigilancia desde la escuela, el trabajo, las tiendas departamentales, vigilancia en la calle, vigilancia y represión. Es una ciudad, donde el estado de derecho es cuestionable, es una ciudad en la cual se exige consumo como forma de vida, pero la calidad de vida es pésima; y todo lo anterior escapa de las manos del gobierno local en turno.
El consumo es una necesidad humana, pero en esta etapa, el consumo es de cosas innecesarias. Los señores del dinero exigen consumir sus productos basura, pero no dan la oportunidad de hacerlo, pues no existe un circulante efectivo que sirva para tal fin. Es ahí donde la necesidad de poseer se fundió con el caos que provocó el meteoro y generó un estado anárquico en un momento dado. Entonces pues, se fusionó el hambre y la incertidumbre del qué comer, con el poseer, porque así este mercado neoliberal lo está demandando, siendo el consumo uno de los valores más preciados, incluso por encima de la vida. Por eso se explica que en las imágenes se mostraban personas con camionetas y personas a pie o en triciclo llevándose cosas sin pensar en las consecuencias. El motivo fue pues, el hambre y el deseo de poseer.
La psique colectiva del querer consumir como valor universal se vio libre de vigilancia y se dio a la tarea de entrar a las tiendas departamentales. No estoy diciendo que la población sea saqueadora, al contrario, lo que trato de demostrar es que ese estado caótico puede volver a repetirse en este tipo de sociedades, en las que la libertad del ciudadano es negada, en las que el trabajo es una incertidumbre total, pues se sabe que hoy se tiene empleo, pero mañana quién sabe. En las que la vigilancia es una práctica de terrorismo de estado, en las que se vive al margen de temporadas en cuanto a los ingresos familiares, en las que los niños y jóvenes tienen un shock cultural con otras lenguas, otras formas de diversión y de consumo por el consumo, en las que la droga y la prostitución están en boga, en las que los únicos saqueadores históricos y culpables de este tipo de situaciones, son los señores del dinero, entre ellos los medios de información masiva.
Y puede volver a suceder porque se está predisponiendo a la sociedad para que eso suceda, se le está deshumanizando, se les está viendo como un objeto, pero lo peor es que nosotros poco a poco abandonamos nuestra capacidad de reflexionar, y culpamos al que, como nosotros, es pobre y víctima de las peripecias y locuras de los señores del dinero.
¿Quién saqueó a quién? Históricamente quien ha saqueado nuestro país ha sido el capitalismo. Por eso Eduardo Galeano afirmó en Las venas abiertas de América Latina, que nuestra riqueza es la causa de nuestra pobreza. ¿Por qué las grandes inversiones capitalistas están en Cancún y no en Acapulco? Sencillo, porque los recursos naturales de Cancún son más redituables. Los señores del capital son los que realmente han saqueado, saquean no sólo en el ámbito económico, sino en el social, político y cultural.
Se pierde poco a poco la soberanía nacional, destruyen formas de ser y actuar, llevando a las sociedades al caos total. A quince años de distancia, la memoria vuela y nos invita a reflexionar que, en esta época de cinismo, es urgente rescatarnos y repensar qué nos falta para ser humanos demasiado humanos, porque seguirán doliendo más los desastres antropomórficos que los naturales, si no, basta preguntarse dónde quedó el fondo recaudado para las víctimas del sismo en la ciudad de México en septiembre del 2016. Se esfumó, pero el dolor de quienes perdieron todo, sigue presente.
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