Cuando hay pa’ carne, es vigilia


Texto de Pool DunkelBlau:

Cuando hay pa’ carne, es vigilia

Seguramente muchos de nosotros hemos escuchado esa frase, aunque lo que me interesa destacar, como simple opinión, claro está, es que la frase podría tener un hábitat bastante particular. Varias cuestiones que tocan a ese dicho popular, lo moldean, lo adecúan, lo extienden o restringen, y lo hacen de cierto modo que aquél termina perteneciendo a ciertos territorios y a otros no, es decir, adquiere mayor o menor significado según su lugar de producción, según sus ejecutantes e interlocutores, según sus interpretaciones.

Puede parecer ocioso esto que digo, pero dediquémosle un repaso simple al asunto. Sabemos que nuestra sociedad está hiper estratificada, que existimos desde los paupérrimos hasta aquellos que todo les fue dado. Sabemos que, entre estos grupos, la lengua adquiere formas identificables de habla y que, por lo tanto, las vicisitudes de la misma nos llevan a identificar también un repertorio lingüístico específico. Si bien es cierto que semánticamente una expresión puede o no ser interpretada, según el polo donde se produzca e interprete; también es cierto que muchas de las frases que llamamos populares sólo tienen un territorio específico de producción e interpretación.

Decir “cuando hay pa’ carne, es vigilia” conlleva información oculta a los ojos/oídos del interpretante, incluso de su propio ejecutor. Primero, al comenzar con un “cuando”, lo que tenemos es el planteamiento de una condición no frecuente, sino más bien escasa. Por otras palabras, decir “cuando” implica la aparición de una oportunidad escasa en el decurso de lo cotidiano, implica la aparición de una oportunidad en el espacio/tiempo. Luego, tenemos la condición de existencia: “hay”, esto es, la construcción de algo material que, si bien puede existir en el decurso de lo cotidiano, no es sino hasta la aparición del espacio/tiempo que se potencializa. Y ya que nos aprovechamos de algunas referencias a la física, diré que estos dos elementos nos llevan precisamente al Momento.

Aparece luego el elemento deseado, el objeto hacia el que apunta ese Momento: la “carne”, el alimento que representa todo lo nutritivo y en consecuencia el premio posibilitado por la coyuntura de existencia y espacio/tiempo. Instantes después, la espada del verbo copulativo “ser” anuncia la catástrofe y desencadena un tiro parabólico, una curva que nos colocará en el mismo horizonte de partida: lo negado. Sin embargo, no basta esa construcción para adelantar el fracaso de Momento, porque no sólo es reconocer que lo negado continúa inaccesible, sino que aún hay más en esa frase. La prohibición, la “vigilia”, que paradójicamente resulta significativa si la pensamos a través de su significado base: insomnio, es decir, la imposibilidad de acceder al sueño, al anhelo. Soñar despierto en la prohibición de aquello que podría nutrirnos y que, muy a pesar de que su momento se había generado, continuará lejos de nosotros, de nuestras posibilidades.

Pese a que no podemos dar un locus de nacimiento de la frase, sí es posible decir que aquella sólo funciona en un entremedio de clases bajas y medias. O sea, funciona en su sentido directo, denotativo. Esto quiere decir que la frase adquiere significado sólo en voz de aquellos que pertenecemos a estas clases. En voz, por ejemplo, de alguien rico, la frase sería ridícula; en voz de alguien que no tiene ni siquiera como horizonte el comer a diario, la frase se convierte en lamentable. Imaginemos, incluso, que la frase la dice alguien lejano a las tradiciones católicas que no sabe qué es la vigilia para esa tradición, o alguien vegano. Es evidente que sólo funciona con plenitud en ciertos territorios, muy pese a que su significado pueda ser comprendido o interpretado. Y también me parece evidente que, aunque la frase pueda referirse a cualquier fracaso de una oportunidad, no es sino entre nosotros, los pobres, que tiene mayor significado.

Así, la potencia de estos dichos populares son parte de las riquezas inmateriales que ostentamos todos quienes somos pobres. Es una pena, y una paradoja, que esa riqueza no pueda transformarse en alivio concreto de los más. Somos pobres y eso nos hermana pues somos hijos de la misma madre: la tierra. Somos pobres y eso nos da identidad: la lengua y sus giros. Somos pobres buscando el Momento, y profundamente deseamos que, una vez llegado, no sea vigilia, o que mínimamente seamos nosotros mismos quienes coloquemos los límites de la carne, de nuestra propia carne.

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